A
altas horas
Pasadas las diez de la noche en un
pequeño pueblo al sur de Alemania, una mujer sale corriendo desesperada por la
puerta principal del edificio de la alcaldía. ¡Han llegado! Grita agitando
los brazos. ¡Están aquí! ¡Corran..., ellos ya están aquí! Los pocos transeúntes
que quedan en la calle miran intrigados en ésa dirección. La mujer baja
tropezando las escaleras. ¡Ya están aquí! ¡Escapen mientras puedan! Y continúa
corriendo en medio de la plaza. Dos policías van tras ella.
La mujer no se calla ni se detiene, cada vez más agitada. Cuando está a punto
de alcanzar la hilera de coches estacionada en frente, se lleva las manos al
pecho y cae redonda sobre el pavimento.
Intenta abrir los ojos pero las
luces intensas de la habitación la ciegan, quiere cubrirse la cara pero no
puede. Está recostada, unas ataduras le impiden levantarse. Parece que está volviendo en sí,
escucha decir a una voz femenina. Tranquila, no se asuste, Ud. está ahora en
el hospital. Una mujer sonriente de bata blanca. Tuvimos que aplicarle
un sedante, porque no paraba de gritar... Basta escuchar aquello para que
la mujer comience de nuevo. ¡Suélteme, déjeme ir, ya han llegado, ellos han
llegado! Todo su cuerpo se retuerce sobre la camilla sin lograr liberarse. Shhhhhh
tranquila, por su seguridad nos vimos obligados a sujetarla, explica la
doctora. ¡No, suélteme, por favor, le pido que me suelte! Suplica la
mujer. Lo haré enseguida si se calma y me cuenta por qué está tan alterada, ¿estamos?
La médica. Después de un rato comienza a llorar, parece comprender que no podrá liberarse y empieza: soy la encargada de la limpieza turno noche, todos los días comienzo siempre por la oficina del alcalde. A ésas horas nunca queda nadie, y yo tengo
la llave. ¡Oh no! ¡Pobre de él! ¡Suélteme, por lo que más quiera...! No
se detenga, vamos, lo está haciendo bien. La anima a seguir la doctora. Abrí
la puerta y los ví, vestían trajes espaciales y lo tenían amarrado al alcalde...,
eran dos gorilas, dos gorilas gigantes..., me refiero que de verdad eran monos,
pero a la vez hombres, tenían pelo en la cara, en las manos y ¡ésos ojos! Se
vuelve a la doctora desesperada... ¡¿Ahora entiende de lo que le hablo?!
Aquella no responde, mira para atrás y hace un leve movimiento de cabeza. Un enfermero
se aproxima de inmediato portando una jeringa.
La escena es observada a través de
una pared de vidrio desde la habitación contígua a oscuras. ¡Imbéciles! ¿Cómo
permitieron que pase ésto? Gruñe una voz de quien parece ser el líder. Lo
sentimos mucho señor. Fué un imprevisto, le prometo que no volverá a suceder.... señor.
Responden otras más bajito, temerosas. Por su bien, ¡espero que así sea! O la próxima
vez, los mandaré directo a Farfarout. ¡Ahora
fuera de mi vista! Ordena. ¡Si señor, no señor..., gracias señor!
Le responden. La puerta se abre y la luz del pasillo se cuela. Una mano enorme y peluda sostiene la perilla de la puerta al volver a cerrrarse.