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sábado, 20 de marzo de 2021

 

A altas horas

Pasadas las diez de la noche en un pequeño pueblo al sur de Alemania, una mujer sale corriendo desesperada por la puerta principal del edificio de la alcaldía. ¡Han llegado! Grita agitando los brazos. ¡Están aquí! ¡Corran..., ellos ya están aquí! Los pocos transeúntes que quedan en la calle miran intrigados en ésa dirección. La mujer baja tropezando las escaleras. ¡Ya están aquí! ¡Escapen mientras puedan! Y continúa corriendo en medio de la plaza. Dos policías van tras ella. La mujer no se calla ni se detiene, cada vez más agitada. Cuando está a punto de alcanzar la hilera de coches estacionada en frente, se lleva las manos al pecho y cae redonda sobre el pavimento.  

Intenta abrir los ojos pero las luces intensas de la habitación la ciegan, quiere cubrirse la cara pero no puede. Está recostada, unas ataduras le impiden levantarse. Parece que está volviendo en sí, escucha decir a una voz femenina. Tranquila, no se asuste, Ud. está ahora en el hospital. Una mujer sonriente de bata blanca. Tuvimos que aplicarle un sedante, porque no paraba de gritar... Basta escuchar aquello para que la mujer comience de nuevo. ¡Suélteme, déjeme ir, ya han llegado, ellos han llegado! Todo su cuerpo se retuerce sobre la camilla sin lograr liberarse. Shhhhhh tranquila, por su seguridad nos vimos obligados a sujetarla, explica la doctora. ¡No, suélteme, por favor, le pido que me suelte! Suplica la mujer. Lo haré enseguida si se calma y me cuenta por qué está tan alterada, ¿estamos? La médica. Después de un rato comienza a llorar, parece comprender que no podrá liberarse y empieza: soy la encargada de la limpieza turno noche, todos los días comienzo siempre por la oficina del alcalde. A ésas horas nunca queda nadie, y yo tengo la llave. ¡Oh no! ¡Pobre de él! ¡Suélteme, por lo que más quiera...! No se detenga, vamos, lo está haciendo bien. La anima a seguir la doctora. Abrí la puerta y los ví, vestían trajes espaciales y lo tenían amarrado al alcalde..., eran dos gorilas, dos gorilas gigantes..., me refiero que de verdad eran monos, pero a la vez hombres, tenían pelo en la cara, en las manos y ¡ésos ojos! Se vuelve a la doctora desesperada... ¡¿Ahora entiende de lo que le hablo?! Aquella no responde, mira para atrás y hace un leve movimiento de cabeza. Un enfermero se aproxima de inmediato portando una jeringa.

La escena es observada a través de una pared de vidrio desde la habitación contígua a oscuras. ¡Imbéciles! ¿Cómo permitieron que pase ésto? Gruñe una voz de quien parece ser el líder. Lo sentimos mucho señor. Fué un imprevisto, le prometo que no volverá a suceder.... señor. Responden otras más bajito, temerosas. Por su bien, ¡espero que así sea! O la próxima vez, los mandaré directo a Farfarout. ¡Ahora fuera de mi vista! Ordena. ¡Si señor, no señor..., gracias señor! Le responden. La puerta se abre y la luz del pasillo se cuela. Una mano enorme y peluda sostiene la perilla de la puerta al volver a cerrrarse.