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domingo, 16 de mayo de 2021

 

El helado

Las chicas y yo nos habíamos bajado del tren en Frauenalb y desde allí decidimos avanzar a pie por medio del bosque hasta llegar a Herrenalb. Íbamos ligeras por el sendero que corría paralelo al río. Aunque apenas era media mañana y recién acabábamos de desayunar, ya íbamos hablando sobre lo que nos apetecería comer. Ana decía: Yo, de comer aún no sé, pero eso sí, voy a tomar un gran helado. Excelente idea, añadió Lina, uno de amarena y stracciatella, mmm se me hace agua la boca. Yo permanecí en silencio. ¿Y tú? me preguntó Ana. Lina, que llevaba más tiempo de conocerme, respondió por mí: No, a ella no le gustan los helados. ¿Y eso? Observó Ana. Yo meneé la cabeza y me encogí de hombros. Yo me acuerdo, recordó Lina dirigiéndose a mí, que antes te encantaban. ¿Te acuerdas que íbamos a lo de Nemo y pedíamos el banana split gigante? Añadió. ¿Recuerdas nuestro viaje a Sofía? Dije en respuesta. ¿Viajaron a Sofía? ¡Qué curioso! Yo ni siquiera la tengo en mi lista, exclamó Ana. Fuimos, hace..., serán unos tres años, ¿no? Dijo Lina. Sí, ya son tres años, respondí. Sofía y el helado, que alguien me explique, no estoy entendiendo nada, se rió Ana. ¿Te acuerdas del penúltimo día? Pregunté mirando a Lina. Aquel día, en que me tuve que ir sola ¿te acuerdas? Ella asintió.

Cerca del hotel en pleno centro de Sofía, estaba ubicada una hermosa construcción de color amarillo: el edificio de baños minerales y a un costado la fuente pública de agua mineral. Era domingo y parecía que toda la ciudad se encontraba allí, habían familias enteras llenando recipientes de todas formas y tamaños. Incluso había un gran camión cisterna estacionado a un lado de la calle, en el cual trabajaba un grupo de hombres, que formaban una larga fila desde la fuente y se pasaban de mano en mano baldes repletos de agua, haciéndolos llegar de ésa manera hasta la cisterna. Yo llevaba aquel día un vestido de verano, una chaqueta, mi bandolera de cuero y unas sandalias de tacón. Me había comprado un helado en barquillo, uno de bochas grandes y como ya el sol estaba bien arriba, me saqué la chaqueta, la puse sobre la escalinata de un local que estaba cerrado y me senté, precisamente frente a la fuente. El afanoso trajinar de aquellas gentes, me hacía imaginar estar observando una colmena, con abejas de todos colores. Llevaba recién unos minutos allí, cuando dos hombres, abandonando aquella fila se aproximaron. Hello, hello! saludó uno de ellos. El reflejo del sol al levantar la cabeza y dado que yo estaba sentada mucho más abajo en relación a ellos, que estaban de pie, me impidió ver sus caras. Me dispuse a levantarme tomando mi chaqueta, pero uno de los hombres puso su bota encima de ella, aprisionándola y apoyó uno de sus brazos sobre la pared. How much? Le oí decir. De un salto me puse pie, pero aquel hombre insistió: You know exactly what I mean, sweety. So, how much? Quise irme sin importarme la chaqueta, pero el otro que había venido con él, comenzó a moverse de un lado al otro cortándome el paso, mientras decía algo en un idioma, que me imagino era búlgaro, gemía lascivamente, lamiéndose la palma extendida de su mano una y otra vez. Yo dejé caer el helado, quise abrirme paso e irme. El hombre que hasta ése momento estuvo pisando mi chaqueta, la levantó y sacudiéndola se la puso al hombro; con una de sus manos, comenzó a acariciar una esquina de la bandolera, que yo llevaba cruzada en el pecho... 

¡Basta por Dios! Exclamó Lina, que de improviso se había detenido y después dió la vuelta, alejándose despacio en dirección al río. La seguí hasta ubicarme a unos metros de ella, observé su mirada fija en algún punto en la distancia, tenía el rostro pálido y ví que le temblaban las manos. Se quitó la mochila y se sentó sobre la hierba; encendió un cigarrillo que aspiró profundamente. El humo formó una leve estela que se diluyó, confundiéndose con la corriente de agua que llevaba el río.