El cepillo de dientes
En la escuelita rural primaria, el maestro enseñaba las profesiones.
Cuando tocó hablar del dentista, destacó imprescindiblemente la importancia del
cepillado dental. ¿Cuántas veces por día hay que lavarse los dientes? Preguntó él.
Los niños se miraron unos a otros y callaron, alguno dijo dos veces, otro, una
vez. El maestro aclaró que era mejor hacerlo después de las comidas principales
y al acostarse, o sea más o menos 3 veces al día. Levanten la mano los que se
cepillan tres veces por día, continúo, nadie levantó la mano; ¿dos veces?,
algunas manitos se levantaron. ¡Muy bien! Dijo el maestro. Después dibujó en el
pizarrón un cepillo dental, los niños debían copiarlo en sus cuadernos y
después pintarlo. Mientras el maestro veía cómo trabajaban, se le ocurrió una
idea que después discutió con el director. Y luego de varias semanas haciendo
las gestiones necesarias, anunció muy contento a los alumnos, que se esperaba
para el próximo lunes, la visita del dentista para llevar a cabo la
fluorización dental. Después se largó a explicar el procedimiento, que en
principio había atraído toda la atención de los niños, pero al ver que no se
trataba de algo comestible o una golosina, lo escucharon sin emoción. Al
terminar la clase, hizo que los alumnos escribieran en sus cuadernos una nota a
los padres. Estimados: El próximo lunes, se llevará a cabo en nuestra escuela
la fluorización dental. Ése día asegúrense por favor, que su niño asista con su
respectivo cepillo dental. Muchas gracias.
Fidelia y Lucía eran compañeritas de asiento; como vivían cerca la una
de la otra, siempre iban y venían juntas. Fidelia ya había pegado el estirón,
tenía unas trenzas larguísimas y era de dientes fuertes y blancos. Lucía en
cambio era chiquitita, llevaba siempre cola de caballo y conservaba aún, uno
que otro diente de leche. Las dos iban preocupadas aquella tarde al salir de la
escuela, ambas sabían, para sí mismas el por qué. Fue Lucía la que se animó y
dijo: yo no voy a poder venir a eso de la fluor... dental. Fidelia la miró y
dijo: yo creo que tampoco... Siguieron caminando como solían hacerlo, pasito a
paso sobre las rieles del tren, con los zapatitos uno detrás de otro y los
brazos extendidos a los lados para hacer equilibrio. Lucía, entonces se animó
más y dijo que no iba a venir, porque en realidad no tenía un cepillo dental.
Al escucharla, Fidelia le confesó que a ella justo le pasaba igual. Se bajaron
de las rieles y marcharon lado a lado en silencio. Al llegar a casa, se
sentaron en la vereda. Lucía agarró un palito y se puso a hacer garabatos en el
suelo.
El lunes siguiente, el director y el maestro estaban consternados.
Cuarta parte de los niños había faltado a la escuela. Tomaron a los que habían
asistido y les hicieron hacer una gran ronda. En el medio se ubicó el dentista
que había venido con una enfermera y explicó que todos debían recibir de ella,
un pequeño vasito descartable donde había un líquido con un tinte azulino.
Después debían darle un sorbo, teniendo cuidado de no tragarlo y con la ayuda
del cepillo, esparcirlo por toda la superficie dental.
La enfermera fue pasando por la ronda despacio; sonriente y con paciencia iba entregando uno a uno el vasito. Cuando llegó a donde se encontraban Fidelia y Lucía, hizo como que no vió nada, les dió lo suyo y continuó. Las niñas portaban, cada una en la mano, un palito en cuyo extremo habían amarrado un pequeño trapito.