La culpa es de las palomas
Me acerco rápidamente y por tercera
vez en la mañana, separo la cortina y golpeo con ambas palmas el ventanal,
esperando que ésta vez se me preste atención; el murmullo cesa al instante y
las dos palomas salen raudamente hacia el cielo. Parece que se van, pero han de
volver, así ha sido siempre durante las últimas semanas; ambas han elegido
establecerse, por decirlo así, en un rincón de mi balcón.
Cuando se lo conté a Christian, la
semana pasada mientras estuvo de visita, corrió enseguida a cerrar la puerta de
vidrio que comunica la sala de estar con el balcón, diciendo “por Dios,
tendrías que saber la cantidad de enfermedades que transmiten”. La
respuesta de Pola al teléfono fue “cool, ahora, si quisieras podrías
mandarme un mensaje con una de ellas”.
No es el hecho de que vivan acá lo
que me molesta; me molesta el murmullo enérgico y monótono a la vez, que sin pausa
emana de ellas uuuu u uhuuuuu, uu uuuh uhuuuuuuu
Mientras voy pensando cuanto me
molesta aquello, de repente suena el timbre, lo cual es muy raro, un domingo por
la mañana. Me acerco rápidamente a la puerta y levanto el auricular. “¿Si?” pregunto.
“Hola, soy su vecino de abajo” me responde una voz. “Un momento”
digo. Dejo sobre la mesilla el auricular descolgado y a través de la mirilla,
puedo observarlo. Sí, ¡es él! lo reconozco, me lo he cruzado varias veces en
las escaleras, o él llegaba con un montón de camisas cogidas recién del
lavadero y yo salía disfrazada de deportista, o aquella otra vez que él subía
con una pizza y yo bajaba rumbo al supermercado, hice incluso el intento de
saludarle, pero él pasó de largo, sin siquiera mirarme, concentrado en su
celular, haciéndose el distraído.
Cuelgo el intercomunicador y abro la puerta “Buenos días, soy el señor Hilf” saluda. “Buenos días” respondo. El señor Hilf, no es digamos un “señor”, según mi propia definición de la palabra (señor: persona madura), es más bien un muchacho, se podría decir como de mi edad, que está parado delante de mí con su camisa celeste, impecablemente planchada. Su cabello es corto, rubio oscuro y pareciera que misteriosamente cada hebra se mantuviera en su lugar. Él sólo se limita a mirarme en silencio, no puedo descifrar si desea que lo invite a pasar… y como me incomodan los silencios, le pregunto “¿Si?”. “¿Es usted la señora…?, dice leyendo el nombre escrito en el timbre de mi puerta.“Oh si, disculpe, señorita...” le digo. “Mire... no la quería molestar, menos un domingo, sólo quería decirle que… sus palomas…”. “¿Mis palomas?” le pregunto sin poder creerlo. “Si, verá, se la pasan… ya sabe… ensuciando mi balcón”. “¡Pero si no son mis palomas!…” trato de explicarle “son dos palomas… que no son de nadie, sí, sí, son seguramente palomas salvajes…”. “Entiendo…, responde, pero si viven en su balcón, asumo son de su responsabilidad, ¿no?”. “¡Pues no!, precisamente estoy intentando que se vayan, pero no se van” le digo intentando mostrarle mi frustración. “Como sea”, dice, “agradecería si las mantuviera alejadas de mi balcón, eso nada más, por favor señora,… que tenga un buen día” añade y da la vuelta, mientras yo quiero repertirle que las palomas no son mías, pero él ya ha comenzado a bajar las escaleras.
A la hora del almuerzo, cuando ya se
me ha pasado el arrebato de aquella visita y le estoy sirviendo un poco más de
Rivaner, que tan buena impresión ha causado en Christian, quien fue el primero
en llegar “te lo advertí, seguro que él sí sabe lo de las enfermedades”
me dice. “¡Pero quién se ha creído el señor Hilf! Continúo. Sus
palomas…, digo, tratando de imitarle, sus palomas en mi balcón…”. El
se ríe de la forma en como le hablo, de pie, con las piernas exageradamente
separadas y la mano izquierda en la cadera, gesticulando y amenazándolo con la
botella en la mano derecha. “Exageras, no creo que haya sido para tanto”. “No,
que vá, si te digo, exactamente como fue” y él ríe más, y golpea también un
poco contra el ventanal, porque las palomas ya han comenzado otra vez con el
molesto susurro.
Pola llega a la reunión tarde como siempre “Perdón, perdón es que quedé un poco colgada...” me da un beso, y se acomoda en el sillón abrazando a Christian, a quien también le da un beso “Y, ¿qué novedades?”. Antes de que yo comience a hablar, él ya le ha puesto al tanto de lo que ha pasado por la mañana y Pola también ríe “Jajaja ¿y está bueno?, pregunta guiñándome un ojo. “¿Quién?” pregunto. “¿Quién va a ser? "El señor Hilf", claro” dice Pola. Yo le quiero contestar “Si, Pola, él está muy bueno y ahora me odia, a causa de las palomas” pero digo “¡Qué ideas tuyas, yo que sé…!”. Pero como a ella no se le escapa nada, añade “Pero ¡en qué andas pensando! ¿Quién te dice que él en realidad sólo quería una excusa para hablar con vos? ¡Y tú si que sabes!…, seguro que está muy bueno ¡Eh!”.
Después de habernos terminado el
Rivaner, comenzamos a darle a un Tempranillo que Christian acaba de descorchar:
“traído por mí, de mi viaje a España” dice él. “Vamos, no mientas,
seguro que lo compraste en el Discount” le replica Pola, golpeándolo en un
hombro. “Pues no, mujer, te digo que lo adquirí “in situ” ¡Prost! Zum Wohl”.
Brindamos satisfechos de al fin poder juntarnos: “Salud! Por nosotros”.
Y enseguida salimos al balcón,
encendemos el grill y comenzamos a asar los filetes, bien desgrasados, como nos
gustan y preparamos los espárragos con queso y los dejamos cocinándose a fuego lento envueltos
en papel estañado. “Ya verán, son un verdadero poema” dice Pola, quien
trajo la receta. Después sacamos de la cocina la mesita más pequeña, tres sillas
y armamos la sombrilla. El sol a comienzos de la primavera, suele ser tan
agradable y cálido aquí, en el sur de Alemania.