No hay ser más
egoísta que aquel que se ha enamorado de nuevo
Los mismos ojos, sus ojos, me miran una y otra vez, pero ya no de ésa
forma, la que me hacía pensar en la existencia real de un lazo invisible.
Puede que él ya no me mire ahora, sino que me observe, tratando de medir
con cierto grado de culpabilidad, el grado de devastación que ha causado en mí.
Por ello se muestra extremadamente amable, cada vez que la casualidad o la
rutina del trabajo no pueda evitar que volvamos a encontrarnos, como si su
amabilidad fuera suficiente para compensar el hecho de no amarme más.
O quizás, de todas las personas en el mundo, él sea el único, además de mí, capaz de percibir que yo me he convertido en tan sólo un cascarón vacío, pretendiendo ser la que yo era.