En Baden Baden pasa igual
Mientras por un
lado la ciudad se luce en abril con sus jardines perfectos, sus fuentes de agua,
sus balcones dorados. Una ciudad que por cualquier calle que se la vea pretende
decir ufana: yo no sé nada, a mí no me cuenten de problemas. No obstante, igual
que a sus árboles les han comenzado a brotar las hojas, sus calles ahora los desparraman, a ellos, por las aceras. De no haber existido ninguno, ahora no es posible
caminar un trecho sin tener que detenerse. Quizás uno lo pudiera hacer, pero yo
personalmente no sabría cómo. ¿Cómo pasar de largo sin tener que revolcarse horas
y horas sin poder dormir? Al primero lo encuentro ya nomás al bajar del
colectivo, un joven de barba, que no habla alemán, pero ha aprendido a decir: “essen,
essen” (comer). Metros más adelante, una señora se acerca tímidamente con un
vasito vacío. Más allá otra, ésta última me señala con el dedo una panadería
que queda en la esquina. Todo ésto y aún no he logrado hacer siquiera unos doscientos
metros.