La vizcacha, el lobo y la luna es de queso
Una noche, cuando era niña, mi madre me contó ésta historia, parte de
la tradición de cuentos orales bolivianos, que aún no se han escrito, pero que
las madres andinas cuentan a sus niños cuando éstos quieren irse ya, a emprender sus propias aventuras.
Érase una vez, en una montaña de la cordillera de los andes,
que vivían un lobo que siempre solía estar hambriento y una vizcacha, que era
conocida por su ingenio. El lobo había intentado varías veces cazar a la vizcacha,
pero no había tenido éxito.
Una noche, mientras el lobo estaba buscando una presa, se
encontró con ella, quien era muy respetuosa y lejos de escapar como
lo hacían otros animales, detuvo su marcha y saludó.
-Buenas noches, señor lobo. ¿Cómo le va?
El lobo, que vió la oportunidad de llevarse a casa la cena
de aquél día, respondió, fingiendo amabilidad: Muy bien, estimada vizcacha, y
ahora que la veo a Ud. mejor. Y añadió, me preguntaba si aceptaría venir
conmigo a casa, me gustaría invitarle a cenar.
A lo que la vizcacha respondió presta: ¡Con mucho gusto señor
lobo! Pero, antes déjeme ir por el queso.
-¿El queso? Preguntó, intrigado el lobo.
-Sí, pensando en una ocación especial como ésta, he guardado un gran y
delicioso queso no muy lejos de aquí, respondió la vizcacha.
El lobo pensó que ésa noche no sólo podría comérsela, sino que también podría tener queso para el postre y respondió enseguida: No
hay problema, yo mismo voy a acompañarla a recoger ése queso.
Y así ambos partieron, siguiendo un camino angosto y sinuoso lleno de arbustos
de largas y puntiagudas espinas, arribando al cabo de algunos minutos a un
lago, donde como ya era de noche, la luna llena se reflejaba en todo su esplendor, reflejo que a
simple vista parecía ser un enorme y delicioso queso.
El lobo, al ver el gran tamaño de aquel queso, pensó que
debería pertenecerle sólo a él y aparentando inocencia, preguntó: Señora vizcacha, ¿cómo haremos para sacar el queso de allí?
- Es muy fácil, respondió ella, sólo hay que beber el
agua y al final obtendremos el queso.
- El que lo haga más rápido se quedará con todo el queso, propuso
ambicioso el lobo.
Y a la cuenta de tres ambos se inclinaron a la orilla del
lago y mientras la vizcacha simulaba beberse el agua, el lobo bebía y bebía, y
mientras más bebía, más lejos parecía estar el queso.
Al cabo de largos minutos, el lobo notó que la panza le
había crecido tanto que apenas podía moverse, pero como no estaba dispuesto a
perderse el queso, siguió bebiendo y bebiendo. Entonces la vizcacha, a quien no
le había crecido la panza, pues no había bebido nada, vió la oportunidad de
escapar y le dijo:
- Señor lobo, voy a dejarlo sólo, a éstas horas seguro mi mamá ya me andará
buscando.
Y salió disparando por el camino angosto y sinuoso lleno de arbustos de largas y puntiagudas espinas. Entonces fué que recién el lobo se dió cuenta
del engaño e intentó perseguirla, pero su cuerpo se sentía tan pesado que
difícilmente pudo ponerse de pie y cuando lo hizo, comprendió que más le valía no perseguir a nadie y comenzar
ya mismo lenta y cuidadosamente el camino a casa, así lo hizo con pasitos cortos y equilibrados,
dado que su enorme y redonda panza amenazaba de un rato al otro con ser pinchada por los arbustos y
reventar sin remedio.
La luna llena, allá arriba, rió y rió como nunca al ver avanzar
lentamente al lobo, casi a rastras por el camino espinoso, intentando
protegerse la panza y rogando a cada paso:
- Por favor espinita no me toques, por
favor pajita no me toques...