La mañana del último día de un mal año
A las siete: el balcón
La mañana apenas se despierta, desnuda de siluetas de
cuervos que seguramente han buscado refugio, alguien sabrá dónde. Los árboles
del jardín, guardan inmóviles, un llamativo silencio. Durante la noche no ha
caído nieve, pero si una blanca escarcha que dibuja prolija, los nudillos y nervaduras
de sus ramas elevándose al cielo. Los techos también lucen su
plateado recubrimiento, las ventanas continúan con las persianas bajas, ojos de
un cuerpo que aún mantiene los párpados cerrados.
Siete y cuarenta: la red
Los titulares de los diarios fluyen más rápido si es con una
taza de café, con mucha leche. “Nadie nos va a decir cómo debemos vivir”, ha
dicho firme y con mucho coraje la Canciller. Berlin se prepara para recibir el
año nuevo. “Un millón de visitantes se esperan en Brandenburger Tor”. ¡Si sólo no
se tuviera el compromiso del día siguiente! Un largo y caliente trago, para
concluir que el trabajo si bien es satisfacción, también es sin duda alguna,
una forma moderna de esclavitud.
Cerca de las nueve: el tranvía
Baja lenta la niebla y el aire se vuelve húmedo. Minúsculas
gotitas le dan ahora un brillo impensado a mi cabello negro. El trencito amarillo irrumpe veloz en la bruma, adentro sí
que se está confortable, aúnque un tanto apretado. Disculpe, ¿está aún libre éste
asiento? Gracias. Una parada después bajar en Europaplatz, manos frías en los
bolsillos, así es preferible a usar guantes. Kaiserstrasse prepara sus puertas
transparentes, pero en horario reducido. Hay un inusitado ir y venir de
personas. Con bolsas. Y bicicletas.
Pasadas las diez: música
“Love sees no color, love, love, love”. Risas, tus ojos, un
roce, el inconfundible ritmo de tu andar, “¡Hallihallo!”, todo tú, dibujado en
mis recuerdos, ¡se siente tan bien!, un leve movimiento, o al menos eso pienso,
de mi pie llevando el ritmo, música en mis audífonos. La señora que está al
lado mío, frente al semáforo, me observa curiosa; aún más que el propio
hombrecito en rojo. Hay momentos en los que bailar sola, suele no ser una tan
buena idea.
Once...
A unos pasos de casa, los brazos pesan, pero el corazón piensa en el año que viene y salta. ¡Pues rápido, a empujar
las horas! Ha comenzado una llovizna finita, que primero cae en mi boina y
luego intenta meterse en mi ojos, haciéndome cosquillas. Grupos de gente, presa de un enérgico movimiento entra y sale del supermercado. El señor del Bar de la esquina, que está
acomodando un letrero de luces: Bienvenido 2017, me saluda sonriente con la mano. Las maniquíes de la vidriera, en la tienda de vestidos, posan con gracia sus atuendos más logrados.
Todos esperan el año nuevo, pero nadie está más impaciente que yo en Gartenstrasse.