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sábado, 31 de diciembre de 2016

La mañana del último día de un mal año

A las siete: el balcón

La mañana apenas se despierta, desnuda de siluetas de cuervos que seguramente han buscado refugio, alguien sabrá dónde. Los árboles del jardín, guardan inmóviles, un llamativo silencio. Durante la noche no ha caído nieve, pero si una blanca escarcha que dibuja prolija, los nudillos y nervaduras de sus ramas elevándose al cielo. Los techos también lucen su plateado recubrimiento, las ventanas continúan con las persianas bajas, ojos de un cuerpo que aún mantiene los párpados cerrados.

Siete y cuarenta: la red

Los titulares de los diarios fluyen más rápido si es con una taza de café, con mucha leche. “Nadie nos va a decir cómo debemos vivir”, ha dicho firme y con mucho coraje la Canciller. Berlin se prepara para recibir el año nuevo. “Un millón de visitantes se esperan en Brandenburger Tor”. ¡Si sólo no se tuviera el compromiso del día siguiente! Un largo y caliente trago, para concluir que el trabajo si bien es satisfacción, también es sin duda alguna, una forma moderna de esclavitud.

Cerca de las nueve: el tranvía

Baja lenta la niebla y el aire se vuelve húmedo. Minúsculas gotitas le dan ahora un brillo impensado a mi cabello negro. El trencito amarillo irrumpe veloz en la bruma, adentro sí que se está confortable, aúnque un tanto apretado. Disculpe, ¿está aún libre éste asiento? Gracias. Una parada después bajar en Europaplatz, manos frías en los bolsillos, así es preferible a usar guantes. Kaiserstrasse prepara sus puertas transparentes, pero en horario reducido. Hay un inusitado ir y venir de personas. Con bolsas. Y bicicletas.

Pasadas las diez: música

“Love sees no color, love, love, love”. Risas, tus ojos, un roce, el inconfundible ritmo de tu andar, “¡Hallihallo!”, todo tú, dibujado en mis recuerdos, ¡se siente tan bien!, un leve movimiento, o al menos eso pienso, de mi pie llevando el ritmo, música en mis audífonos. La señora que está al lado mío, frente al semáforo, me observa curiosa; aún más que el propio hombrecito en rojo. Hay momentos en los que bailar sola, suele no ser una tan buena idea.

Once...

A unos pasos de casa, los brazos pesan, pero el corazón piensa en el año que viene y salta. ¡Pues rápido, a empujar las horas! Ha comenzado una llovizna finita, que primero cae en mi boina y luego intenta meterse en mi ojos, haciéndome cosquillas. Grupos de gente, presa de un enérgico movimiento entra y sale del supermercado. El señor del Bar de la esquina, que está acomodando un letrero de luces: Bienvenido 2017, me saluda sonriente con la mano. Las maniquíes de la vidriera, en la tienda de vestidos, posan con gracia sus atuendos más logrados.

Todos esperan el año nuevo, pero nadie está más impaciente que yo en Gartenstrasse.