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domingo, 14 de febrero de 2021

La taza de café

-          Angela...

Digo, cuando ya no puedo aguantar más, cuando me doy cuenta que por poco estuve a punto de mandar las muestras de médula ósea de la señora Sparn con el rótulo del señor Speck.

-          Por favor ¿Me podrías dar un chip para la máquina de café?  

Angela, la jefa de enfermeras, no deja de hacer lo que estaba haciendo; mientras con una mano sigue cliqueando en la computadora de la Sala de internación, con la otra busca en sus bolsillos y me responde.

-          No tengo la llave, pregúntale a Elke.

Elke es también enfermera. Si fuera otro día, no la hubiera buscado. Simplemente hubiera ido a mi casillero, sacado el frasco de café instantáneo, dando fin al asunto. Pero ayer terminé tomándome la última taza, dejando el frasco completamente vacío. Así que salgo al pasillo, pasando al lado de la imponente máquina de café. Ella es ahora, desde que la trajeron hacer un par de semanas, la reina de la Sala. Se parece mucho a la de los hoteles, de ésos que uno visita, cuando está de vacaciones. Y en los momentos más estresantes de la jornada, puesto que está ubicada justo en el medio, es imposible al verla, no recordar con nostalgia, aquellos otros días en los que uno yacía recostado en la playa, con un Aperol en la mano, mirando absorto a lo lejos, intentando adivinar hasta dónde se extiende el mar...

Delante de la máquina observo que ya se ha organizado, como casi todo el tiempo, desde que ella arribó a nosotros, una pequeña cola. Cola que está formada por la gente de limpieza, enfermeras de otras Salas y personal de seguridad. Todos ellos tienen algo que yo no y que se guarda bajo llave.

Ésta máquina es diferente a la que tuvimos durante años; aquella otra, era mucho más pequeña, más modesta y no sabía nada de chips. Por sólo 50 centavos arrojaba a cambio un café; si bien muy aguado y picante, nos permitía sentir al cabo de algunos instantes que aún teníamos fuerzas y éramos capaces de seguir empujando la rueda del trabajo para adelante.

En el pasillo me encuentro con Ivonne y le pregunto si ha visto a Elke. Ella me dice:

-          Sí, fue hace un rato a ecografía llevando un paciente, seguro ya vuelve..., mirá, señalando al otro extremo de la sala, allá está.

Efectivamente se la veía venir a lo lejos con una silla de ruedas vacía. Mientras me voy acercando, le voy haciendo señas con mis manos; el ademán de tomar algo, apuntando luego a la máquina de café. Elke, al cabo de algunos instantes está frente a mí y me dice:

-          Lo siento, dulce, pero la llave, se la dí hace un rato a Forstina. Forstina es otra de las enfermeras.

De persistir en mi intento y lograr dar con Forstina, existía la probabilidad de que ésta se la haya entregado a otra enfermera y así sucesivamente. O que incluso quizás la llave realmente no exista y sólo sea una excusa para negarnos el chip. ¿Existirán los chips?

Con éstos pensamientos me dirijo a la habitación 24, una de nuestras salas de estar. La que está ubicada bien al fondo, donde Martin, un nuevo compañero de trabajo, ha instalado una pequeña máquina de espresso. Máquina que el mismo compró y la trajo flamante cuando tomó su puesto con nosotros. Trajo incluso varios paquetitos rectangulares llenos de cápsulas de diferentes sabores: arábico, capuccino, colombiano y otros. Pero la verdad es que el espresso a mí no me gusta, me cae demasiado fuerte, quizás porque estoy acostumbraba al café instantáneo. Así que hasta ahora por lo menos, sólo la han utilizado Martin y Alex.

Alex es otro colega, él y yo comenzamos en el hospital el mismo día hace varios años, hecho de verdad importante, pues genera una complicidad entre nosotros, que no se puede decir que tenga con otra persona. Además, con excepción de Marina, nos hace ser los médicos residentes más veteranos de nuestro departamento.

Cuando me voy acercando a la 24, por el otro extremo del pasillo, el que dá al Laboratorio, viene Alex, viene frotándose el ojo derecho, mientras sostiene sus anteojos en la otra mano. Él tuvo que estar gran parte de la mañana analizando preparados al microscopio, diversas muestras que nos son derivadas de todo el hospital.

-          ¿Todo bien acá?, pregunta, mientras voy poniendo la clave en la puerta electrónica.

-          Si..., ahí va marchando, le respondo, sólo que necesito urgente hacer una pausa y tomarme un café...

-          Eso es justamente lo que yo venía pensando, responde Alex.

Entramos. Él enciende de inmediato la máquina, saca el recipiente vacío de agua que ésta carga en la parte posterior, se dirije al lavabo y lo llena, depositándolo de nuevo en su lugar.

-          Yo creo, dice señalando al recipiente de paredes ya no tan cristalinas, que ya le va haciendo falta una limpieza general..., pero como siempre me olvidé de nuevo traer el limpiador de cal que mi novia compró el otro día, uno especialmente para éste tipo de máquinas... No sé si te pasa a vos..., continúa, pero cuando llego a casa, estoy tan cansado que sólo quiero engullir cualquier cosa bien rápido e irme a dormir... y de repente, me encuentro de nuevo acá, dando vueltas y vueltas otra vez...

-          Sí, me pasa igual..., le digo, con decirte que ésta semana no he tenido tiempo de ir al supermercado y...

-          Yo no sé que haría sin mi novia, interrumpe Alex, ella se ocupa de ésas cosas, porque si fuera por mí...

Sobre la mesa donde Martin ha ubicado la cafetera yacen también los cartoncitos de cápsulas. Alex va tomándolos, comprobando el peso, sacudiéndolos uno a uno. A medida que vá cayendo en cuenta de que están vacíos, los va tirando en la papelera. Así hasta llegar al último cartón, lo agita a éste también a tiempo de ponerlo cerca de su oído. Ambos escuchamos atentamente, logrando oír un ligero ruidito. Entonces lo pone de cabeza, depositando su contenido sobre la mesa. Una sola cápsula sale de él rodando, un único ejemplar variedad colombiano. Alex y yo nos miramos...

El botón de la máquina que inicialmente había marcado rojo, titila ahora verde, anunciando que es el momento de introducir la cápsula.

-          Justo hoy vine sin desayunar..., dice Alex.

-          Yo tampoco tuve tiempo..., respondo.

-          Y encima tener que informar los preparados retrasados del fin de semana... añade él.

-          Hacer los ingresos es de lo más aburrido y no termina más..., replico yo.

-          Me toca quedarme de guardia... arremete Alex.

-          Justo hoy..., le suelto así no más, viene la señora Koch...

Ese fue un golpe bajo, lo sé, Alex no se lo esperaba.  Ambos sabemos que la señora Koch, si bien padece un cáncer de mama metastásico, tiene una capacidad infinita para hacer más difícil aún, nuestras ya miserables existencias.

Ella viene cada dos semanas a aplicarse una quimioterapia que dura 15 minutos, bien podría hacerlo en el hospital de día, pero prefiere venir a la Sala. Apenas va saliendo del ascensor, recostada por decisión propia en la camilla de ambulacia, anuncia al primero que encuentra: en sólo dos horas vendrán a retirarla para devolverla a su domicilio. Así que el que esté a su cargo, si no quiere tener problemas con el seguro médico o pagar personalmente el costo del traslado, deberá darse prisa pues sólo restan 1 hora y 59 minutos para colocarle el portal, sacarle sangre, telefonear a todos lados, cual se tratase de una urgencia: al laboratorio para que procesen la muestra de sangre de inmediato, a la farmacía citostática para que la quimio sea preparada tan pronto como sea posible, al ayudante de Sala para que vaya pronto a buscarla y administrarla ya no más sobre la marcha, casi corriendo. Ni decir que hay que escribir la carta médica, imprimir las recetas y conseguir darle el alta, justo cuando el personal de la ambulancia, que es el mismo que la ha traído desde su casa y ha estado esperando impaciente en el estacionamiento, arriba de nuevo a la sala. Esto supone retrasar el trabajo con los otros pacientes y por supuesto no poder irse a casa, sino hasta mucho, mucho más tarde.

Alex me mira de nuevo, frunciendo los labios. Sus ojos, resignados ahora, admiten claramente derrota.

-          Justo hoy viene la señora Koch..., murmura..., Okay, dice resuelto, no tengo otra cosa que darte el pésame, disponiéndose a salir de la habitación... te ganaste el café.

Justo cuando abre la puerta, aparece Martin, que actualmente está en Urgencias y viene jadeando, me imagino por haber tenido que subir corriendo las escaleras desde el subsuelo.

-          ¡La guardia está que re-vien-ta! Anuncia: Sólo vengo por un café. ¡Uyyy! exclama contento: Uds. ya pusieron el agua, y añade, si me disculpan chicos...

De un salto se acerca a la mesa, se hace de la última cápsula que yacía allí, y la mete de inmediato en la cafetera.