La chica del perrito
Uno de los
motivos que contribuyó a que me mudara a mi residencia actual, fue sin duda el
agradable ensamble óptico que produce la iglesia de San Mauricio con su siempre
bien cuidado jardín y sus muros antiguos con enredaderas colgantes, que se alza
en medio de un inusitado complejo de viviendas, construidas en los años ochentas.
El
departamento en particular, es una maissonnette que ocupa los dos últimos pisos
del edificio, con dos amplios balcones en cada uno, mirando al jardín y corazón
de la manzana. Éste no se encuentra sólo, sino que colinda con otro, que según
los planos que la immobiliaria me confió, es exactamente igual. Es decir, que además
de todos sus confortables atributos, tiene un detalle particular: el de tener
un secreto tercer piso, provisto de una habitación y con un acceso a una
escalera de emergencia que desemboca en el subsuelo, directo en la cochera del
edificio. Éste último detalle hizo que me decidiera por alquilarlo, una segura
vía de escape, ante un peligro no anticipado.
Dadas mis
horas laborales y el corto tiempo que llevo aquí, el contacto con los otros
habitantes del edificio, ha sido hasta ahora escaso. No obstante, a la vecina
de al lado, si que me la crucé casi a diario. Se trata de una mujer joven, calculo
en sus treintas, no muy espigada, delgada, de largos cabellos castanos claros, manos de dedos
delicados, ésas manos que están acostumbradas a tomarse un tiempo en el salón de manicura. Me la encontré hasta
ahora, casi todas las mañanas, cuando yo salía hacia el trabajo y ella ya volvía
a casa, enfundada en sus joggings, luego de haber corrido. Éso sí, nunca la ví
sola, sino siempre acompanada de un pequeno perrito, gordito, bullicioso y de
nariz achatada, que siempre que pasan a mi lado, se me queda furiosamente ladrando,
intentando liberarse de la correa que lo tiene atado a la delgada cintura de la
vecina. Éste hecho hizo que sin haberlo planeado, nos hubiéramos reído un par
de veces al encontrarnos, haciéndo de éste detalle una complicidad, sin
necesariamente haber tenido que presentarnos. Yo la verdad, no sé ni cómo se llama
la vecina, para mí es simplemente la chica del perrito.
Fue a una amiga
que volvió de visita hace unas semanas, a la que le llamó la atención algo en la
puerta de al lado. ¿Te fijaste en el felpudo? Me dijo, apenas entrar y saludarme.
Tu vecina al parecer se casó, continuó. Yo salí al pasillo a comprobarlo, y de
verdad, al lado lucía un flamante felpudo: Bienvenidos a casa de la Familia S*****,
el detalle de los anillos entralazados, no dejaba de pasar inadvertido.
Desde éste
detalle, hasta el día del incidente, diría que hubieron pasado como unas cinco
semanas, no más. Ése fin de semana en particular yo estuve de viaje, una
conferencia de sólo un día en Hamburgo, partí el viernes en el tren nocturno y
el domingo a la tardecita, ya estuve de regreso. Así que no puedo relatar exactamente
cómo acaecieron los hechos.
Por lo que
pude entender, es que a la medianoche del día viernes, una mujer habría salido desesperada
al balcón, gritando y pidiendo ayuda, que llamen a la policía, que su marido la
estaba golpeando y que su vida corría peligro. Los vecinos vieron que dos
figuras forcejeaban en el balcón, escucharon también la voz de hombre que amenazaba fuera de sí, exigiendo algo así como, que la mujer se calle y entre de
immediatio en el departamento y un perrito hubo ladrado y ladrado a más no
poder.
Si bien los vecinos consiguieron llamar de immediato a la policía, y dos patrullas se presentaron en los siguientes ocho minutos (relató la viejita de la planta baja), más nada pudieron hacer por la chica, ni por el perrito.
Y lo que es
peor, ni siquiera pudieron atrapar al agresor. A pesar de que los uniformados acordonaron la zona, buscaron en todos los recovecos del immueble, iluminaron el jardín, extendiendo la búsqueda a los alrededores, incluída la iglesia. El hombre consiguió, de forma
inexplicable escapar del edificio.