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sábado, 27 de septiembre de 2025

 

La chica del perrito

Uno de los motivos que contribuyó a que me mudara a mi residencia actual, fue sin duda el agradable ensamble óptico que produce la iglesia de San Mauricio con su siempre bien cuidado jardín y sus muros antiguos con enredaderas colgantes, que se alza en medio de un inusitado complejo de viviendas, construidas en los años ochentas.

El departamento en particular, es una maissonnette que ocupa los dos últimos pisos del edificio, con dos amplios balcones en cada uno, mirando al jardín y corazón de la manzana. Éste no se encuentra sólo, sino que colinda con otro, que según los planos que la immobiliaria me confió, es exactamente igual. Es decir, que además de todos sus confortables atributos, tiene un detalle particular: el de tener un secreto tercer piso, provisto de una habitación y con un acceso a una escalera de emergencia que desemboca en el subsuelo, directo en la cochera del edificio. Éste último detalle hizo que me decidiera por alquilarlo, una segura vía de escape, ante un peligro no anticipado.

Dadas mis horas laborales y el corto tiempo que llevo aquí, el contacto con los otros habitantes del edificio, ha sido hasta ahora escaso. No obstante, a la vecina de al lado, si que me la crucé casi a diario. Se trata de una mujer joven, calculo en sus treintas, no muy espigada, delgada, de largos cabellos castanos claros, manos de dedos delicados, ésas manos que están acostumbradas a tomarse un tiempo en el salón de manicura. Me la encontré hasta ahora, casi todas las mañanas, cuando yo salía hacia el trabajo y ella ya volvía a casa, enfundada en sus joggings, luego de haber corrido. Éso sí, nunca la ví sola, sino siempre acompanada de un pequeno perrito, gordito, bullicioso y de nariz achatada, que siempre que pasan a mi lado, se me queda furiosamente ladrando, intentando liberarse de la correa que lo tiene atado a la delgada cintura de la vecina. Éste hecho hizo que sin haberlo planeado, nos hubiéramos reído un par de veces al encontrarnos, haciéndo de éste detalle una complicidad, sin necesariamente haber tenido que presentarnos. Yo la verdad, no sé ni cómo se llama la vecina, para mí es simplemente la chica del perrito.

Fue a una amiga que volvió de visita hace unas semanas, a la que le llamó la atención algo en la puerta de al lado. ¿Te fijaste en el felpudo? Me dijo, apenas entrar y saludarme. Tu vecina al parecer se casó, continuó. Yo salí al pasillo a comprobarlo, y de verdad, al lado lucía un flamante felpudo: Bienvenidos a casa de la Familia S*****, el detalle de los anillos entralazados, no dejaba de pasar inadvertido.

Desde éste detalle, hasta el día del incidente, diría que hubieron pasado como unas cinco semanas, no más. Ése fin de semana en particular yo estuve de viaje, una conferencia de sólo un día en Hamburgo, partí el viernes en el tren nocturno y el domingo a la tardecita, ya estuve de regreso. Así que no puedo relatar exactamente cómo acaecieron los hechos.

Por lo que pude entender, es que a la medianoche del día viernes, una mujer habría salido desesperada al balcón, gritando y pidiendo ayuda, que llamen a la policía, que su marido la estaba golpeando y que su vida corría peligro. Los vecinos vieron que dos figuras forcejeaban en el balcón, escucharon también la voz de hombre que amenazaba fuera de sí, exigiendo algo así como, que la mujer se calle y entre de immediatio en el departamento y un perrito hubo ladrado y ladrado a más no poder.

Si bien los vecinos consiguieron llamar de immediato a la policía, y dos patrullas se presentaron en los siguientes ocho minutos (relató la viejita de la planta baja), más nada pudieron hacer por la chica, ni por el perrito. 

Y lo que es peor, ni siquiera pudieron atrapar al agresor. A pesar de que los uniformados acordonaron la zona, buscaron en todos los recovecos del immueble, iluminaron el jardín, extendiendo la búsqueda a los alrededores, incluída la iglesia. El hombre consiguió, de forma inexplicable escapar del edificio.