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sábado, 5 de junio de 2021

 

La otra familia

El E-mail lo comenzó a escribir después de haber llorado tanto, que no podía pensar bien. Se sorprendía, ella misma, de estar escribiéndolo. Pero, en ése momento, lo único importante que se le venía a la cabeza, era la imagen de dos, tres o quizás más, criaturas hambrientas, quizás hasta enfermas y la posibilidad de ella, “la otra”, desesperada, completamente sola y condenada por todos, hasta por ella misma, después de haber tocado ya, la mayoría de las puertas.

Por favor, dime, decía el mail, ¿es que mi marido tiene niños con ésa mujer? No es para reprochárselo, no ahora, en el estado en que él está, pero lo que no soportaría, sería, que aquellos niños estuvieran sufriendo... o padeciendo hambre. No sé si me entiendes, quizá no, pero te imploro me lo digas, porque no tengo a nadie más, a quien preguntarle.

El correo iba dirigido al mejor amigo de su marido, al compañero fiel de parranda, a su más cercano compinche, a quien solía darle los Alibis más improbables, cada vez que su marido, no sabía cómo justificar, ésas prolongadas y sospechosas ausencias.

Ella se avergonzaba de estar escribiendo el E-mail, se avergonzaba tanto, en el fondo de sí misma, porque no lo hacía espontáneamente, motivada por su buen corazón. Pero los recuerdos de su propia niñez volvían. Aquellos recuerdos que parecía que se iban, siempre volvían, más nítidos que nunca. El delantal de la escuela, arrugado y amarillo. Los pies cansados, el dolor, pesándole en los brazos, la bandeja repleta de magdalenas que nadie quería comprar. Su voz gastada de tanto gritar: madalenas, madalenas, fresquitas de hoy, madaleeeeenaaaaaaas.

No supo que más escribir. Tuvo que levantarse a cerrar la ventana, pues la lluvia había comenzado recién. Al volver a sentarse se sonó fuertemente las narices y pensó bien en las palabras propicias para convencerle a decir la verdad: que ella no pensaba hacerles nada mal. Quiso concentrarse, pero no pudo, sus recuerdos volaron otra vez, décadas atrás y pudo ver, como si estuviera ahí no más, metros más adelante de ella, a su hermano pequeño, un año menor, que gritaba también: ma-daleeeeenaaaaas, ma-daleeeeenaaaas. Iban los dos por una feria, se veían a derecha e izquierda puestos improvisados de ropa, zapatos y abarrotes, extendidos en el suelo. A pesar de que ellos eran, los dos, niños milagrosamente sanos, dadas las circunstancias, tenían una voz alta y firme, nadie parecía reparar en ellos, ni en sus bandejas.

Por favor, dime, sólo dime si marido tuvo hijos con ella..., prometo no hacerles daño, al contrario, me gustaría darles una mano. Terminó de teclear sobre la computadora y como si temiera arrepentirse, puso su nombre al pie del mail y pulso rápidamente: ENVIAR.