Luz, cámara, ¡música!
(inspirado en La La Land de Damien Chazelle)
El film comienza directamente con una canción bailada, así no más, a
todo color y movimiento. Movimiento (s) de unos cuarenta y tantos bailarines
(que cantan y hacen piruetas de circo, todo al mismo tiempo), a lo largo de una
autopista atascada por el tráfico. Ni siquiera le dá al espectador la
oportunidad de acomodarse bien en su butaca, darle un trago a su Prosecco o una
mordida a su Pretzel, que por ser el la primera Premiere del año, el Schauburg
ha convidado. Atrapar la atención del espectador. Se cumple a la perfección el
primer mandamiento de un guionista aplicado: amarillos, rojos pasión, azules Francia,
verdes intensos, bombardean la pantalla.
La elección del tema (de la película) es de nuevo, una
regla: abordar un tema universal, el amor, fundamental, con una mirada
añorante al Jazz clásico. La oportunidad de quienes (como yo) lo aman, se vé
revalidada por su corporización en el actor principal y una de sus declaraciones
más contundentes: el Jazz, una forma de comunicación, de sentimiento.
De ninguna manera se podría haber escrito el guión, ni
haber dirigido ésta película sin haber caído alguna vez en el amor. La lectura
de lo aún no escrito. Ese sutil movimiento de pies, una mirada entre risas, un
roce tímido, como tanteando, la primera vez en tomarse de las manos, ésa
sensación de volar, que se vuelve real (¡Oh, el cine!). Un vals en primavera,
un vals, en la pista infinita del cielo. ¡Estar enamorado!
¿Cómo para permanecer juntos? ¿Cómo coincidir nuestros
tiempos? El conflicto: luchar, querer dar todo, darlo. Fracasar. La mano fría
de la soledad, después de haber vivido tan intensa compañía. Silencio, un disco de vinilo que termina, y queda por un tiempo haciendo sólo un ruido sordo, que no lo oye nadie, excepto uno de los dos.
¡Si tan solo hubiera...! ¿Qué hubiera pasado si...? ¡Si tan
sólo...! El final: las realidades paralelas, el consecuente resultado de haber
hecho o no aquello. La música aún suena, puede que sea aún para dos, pero ya no
para los mismos dos, del principio. La sala llora, con la última canción. Lloro yo, lloran los que están a mi lado.
La última canción. Aunque es la misma que había sonado
antes, en otras circunstancias, los mismos intrumentos, la misma música, sonando
definitivamente en otra nota, una más grave sin duda...; quizás por eso apretaba
tanto el pecho.