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domingo, 8 de enero de 2017


Luz, cámara,  ¡música!

(inspirado en La La Land de Damien Chazelle) 

El film comienza directamente con una canción bailada, así no más, a todo color y movimiento. Movimiento (s) de unos cuarenta y tantos bailarines (que cantan y hacen piruetas de circo, todo al mismo tiempo), a lo largo de una autopista atascada por el tráfico. Ni siquiera le dá al espectador la oportunidad de acomodarse bien en su butaca, darle un trago a su Prosecco o una mordida a su Pretzel, que por ser el la primera Premiere del año, el Schauburg ha convidado. Atrapar la atención del espectador. Se cumple a la perfección el primer mandamiento de un guionista aplicado: amarillos, rojos pasión, azules Francia, verdes intensos, bombardean la pantalla.

La elección del tema (de la película) es de nuevo, una regla: abordar un tema universal, el amor, fundamental, con una mirada añorante al Jazz clásico. La oportunidad de quienes (como yo) lo aman, se vé revalidada por su corporización en el actor principal y una de sus declaraciones más contundentes: el Jazz, una forma de comunicación, de sentimiento.

De ninguna manera se podría haber escrito el guión, ni haber dirigido ésta película sin haber caído alguna vez en el amor. La lectura de lo aún no escrito. Ese sutil movimiento de pies, una mirada entre risas, un roce tímido, como tanteando, la primera vez en tomarse de las manos, ésa sensación de volar, que se vuelve real (¡Oh, el cine!). Un vals en primavera, un vals, en la pista infinita del cielo. ¡Estar enamorado!

¿Cómo para permanecer juntos? ¿Cómo coincidir nuestros tiempos? El conflicto: luchar, querer dar todo, darlo. Fracasar. La mano fría de la soledad, después de haber vivido tan intensa compañía. Silencio, un disco de vinilo que termina, y queda por un tiempo haciendo sólo un ruido sordo, que no lo oye nadie, excepto uno de los dos.

¡Si tan solo hubiera...! ¿Qué hubiera pasado si...? ¡Si tan sólo...! El final: las realidades paralelas, el consecuente resultado de haber hecho o no aquello. La música aún suena, puede que sea aún para dos, pero ya no para los mismos dos, del principio. La sala llora, con la última canción. Lloro yo, lloran los que están a mi lado.

La última canción. Aunque es la misma que había sonado antes, en otras circunstancias, los mismos intrumentos, la misma música, sonando definitivamente en otra nota, una más grave sin duda...; quizás por eso apretaba tanto el pecho.