Karlsruhe
La primera
vez que oí el nombre de ésta ciudad, no pude evitar buscar de inmediato el
significado: “El descanso de Carlos” vendría a ser la traducción al español,
pero para el que conoce un poco o vive acá, no puede ser en estos momentos sino
la antítesis de lo que originalmente se quiso significar, pues en tres
palabras: aquí nadie descansa, ni siquiera puede uno caminar en paz, porque con
la excusa de la construcción del Subte, hordas de obreros han roto simultáneamente
casi la totalidad de las calles del centro. A duras vistas la ciudad parece un gran
animal muerto al que le sangran de barro las entrañas, le retuercen sus tripas
de metal y a vómitos expulsa un material negruzco…
Yo no sé
porqué, pero hoy especialmente todo me parece más caótico que de costumbre,
será quizás porque los ciclistas se apoderan también de la senda peatonal en la
ciudad donde reina el caos o quizás porque yo todavía no tengo una bicicleta;
pero puede ser también, porqué no, toda esa gente bulliciosa que trajina frenética
con enormes bolsas llenas de ropa y zapatos y tropieza una y otra vez conmigo a
mitad de la calle por ganarle unos segundos al paso de la S-Bahn que hace aún,
no sé cómo, un sinuoso pero cumplido recorrido. No es que me moleste que la
gente compre tanto, que no le quede más espacio en las manos de lo mucho que
puede cargar, sino que el repetido cuadro no me deja olvidar las remeras de 2 euros
o pantalones de a 10 que la empleadas de los talleres masivos de costura, allá
al otro lado del mundo se esfuerzan por fabricar y así al final del mes recibir
los cerca de 19 dólares americanos con los cuales podrán dizque alimentar a sus
familias. Todas ésas ideas de pronto me vienen a la cabeza, pero no es que
antes no lo haya pensado, es sólo que ahora todo es más claro.
Quizás sea
la falta de alimento al fin de la jornada lo que me hace mirar al alrededor de
la Marktplatz y toparme de lleno con los olorosos Imbis de comida rápida o los ruidosos
Woks o porqué no, los excesivamente decorados restaurantes Thai…o esto o lo
otro, pero ninguno que tenga un mantel blanco, música jazz, una carta como la
gente o una buena bodega de vino, lo cual es terrible, especialmente cuando la
que escribe no entiende ni la A de lo que significa hacerse uno mismo la
comida.
Por suerte
para mí, recién me doy cuentas que miles de hormigas caminan en mi garganta y
microscópicos gérmenes se pasean a sus anchas tapándome las fosas nasales,
haciendo que a la par me lagrimeen los ojos y que también a éstas alturas ya me haya
subido unos centígrados la temperatura. Sí, afortunamente es sólo eso, tengo
fiebre, estoy enferma, Karlsruhe no puede ser tan malo después de todo.