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domingo, 19 de enero de 2014

Viaje


Los ventanales amplios de aquel piso 24 dan directo al río y como ya casi ha anochecido, las luces de los grandes barcos transitan mezclándose con las de las lanchas de paseo y no faltan también en los edificios de enfrente y en el majestuoso Erasmus Brücke los destellos de colores desde lo alto del Faro.

La vista apacible manifiesta la tranquilidad de un atardecer en un inverno soleado, allá en el país de los Molinos. Una enorme suave y perfumada toalla me envuelve de pies a cabeza, cabeza que reposa en la quietud de la Hamaca y en silencio piensa. Qué lejos han quedado esos días, allá en mi pueblo olvidado. Y de repente veo a mi misma, yo todavía niña y con mi maleta, yo, dejándolo todo. Me acomodo la toalla alrededor de mi busto para tratar de desechar ese momento pero un recuerdo igual pasa por mi cabeza, volando más rápido que una saeta, sin lograr que por eso, esos días duelan menos. Es un día de escuela allá en Tupiza, yo y mis hermanos nos estamos preparando, nos lavamos la cara en un solo bañador y nos secamos todos con la misma toalla, la única que había en la casa…¿Está todo bien? ¿Necesitan Uds. algo más? Interrumpe la dulce voz de la camarera mientras acerca con gracia una pequeña mesa con dos copas de Champaña, una cesta de frutas frescas, un gran jarrón de agua y unas toallas limpias perfectamente dobladas. Enseguida nota mi sonrisa y se aleja sin hacer el menor ruido.

Las hamacas, tejidas en colores naranja y amarillo juegan a tono con las flores y velas aromáticas que también navegan como mis pensamientos en medio de delicadas fuentes cerca de las ventanas.